miércoles, 27 de abril de 2011

¿Resurrección solo litúrgica o también real?

Hay una Iglesia de muerte y exclusión, la de los cristianos aburridos y pegados a las leyes. También existe una Iglesia Joven, la de los que se juegan por la verdad del Evangelio, que no expulsan al pecador, sino que lo acompañan hasta en el camino más difícil.
 
Hay una Iglesia de muerte y solo de viernes santo, la que vive del adoctrinamiento, la que posee todas las verdades y ninguna duda. Esa Iglesia de la carrera eclesiástica, de los títulos honoríficos y los primeros puestos. También hay una Iglesia resucitada: esa que acompaña el dolor, no se asusta con la humanidad, ni se pavonea con el poder.
 
Convivimos con una Iglesia de caras tristes preocupadas por la blancura del mantel e indiferentes con el niño pobre o el adolescente inquieto, una Iglesia que obliga a escuchar largas homilías, pero que escucha poco. Estamos viviendo también una Iglesia resucitada de comunidad, amistad y atraída por el Evangelio más que por los rituales perfectos.
 
Nos sentamos en los bancos de la Iglesia con cristianos ocupados en resaltar su amistad con el sacerdote o la autoridad y buscar su beneplácito. Esa Iglesia de unos pocos haciendo todo. Compartimos el camino con la Iglesia de la resurrección que es comunidad, que sabe asistir al que sufre y anima al enfermo.
 
Sufrimos una Iglesia de visión obsoleta, extraña de los tiempos, que hace llevar pesadas cargas a los débiles, y ella ni siquiera suspira para montarlas. Creemos en un Iglesia de jóvenes aferrados a ideales, comprometidos con la vida y la justicia. Una Iglesia que es una casa, un patio y una escuela de vida.
 
Hay una Iglesia que mira para otro lado cuando la cosa se pone difícil, que invita a retirarse a los que no cumplen todos los requisitos y que sanciona a los más desobedientes y hasta ridiculiza a los que llegan tarde a misa. Asimismo, existe una Iglesia de resurrección, que respeta los ritmos de los hombres y mujeres del mundo, que cree en la amplitud de horizontes, en la variedad de pensamiento, en el pluralismo y en el cambio de los tiempos.
 
Hay una Iglesia acostumbrada a no pedir permiso, a no esperar su turno, a hacer todo rápido y eficazmente con puentes políticos y de poca claridad. Es esa Iglesia que tranza con cualquiera, con la excusa de “hacer el bien”. Sin embargo, también subsiste una Iglesia que sufre el martirio del olvido, el silencio de los medios de comunicación, la censura y el desprecio oficial; sin poder humano, sin privilegios. Ésa es la Iglesia más parecida a Cristo.
 
Tenemos una Iglesia de palcos oficiales, de invitados de honor, de ceremonias magníficas y de alfombras rojas. Aunque también está la Iglesia del pasillo peligroso en la villa, la que se sienta a charlar con el drogadicto, la del fondo en el suburbio y el bolsillo solo abultado por rosarios y caramelos.
 
Conocemos una Iglesia que recuerda la muerte y resurrección de Jesús, pero no sus enseñanzas. Hay otra Iglesia con el Evangelio en la vida y no en el atril, con la liturgia en la gente y no en exquisitos rituales.
 
Hay una Iglesia que predica la unidad, sin embargo, por dentro, el protagonismo es individual y dependiente de figuras. Muchos compiten por títulos, honores y nombramientos. Permanece todavía la Iglesia pequeña sin jefes, ni punteros, sin profetas intocables, que crece en comunidades de servicio, de solidaridad y de pobreza feliz.
 
Vivir la resurrección de Jesús no es solo una liturgia bonita con mucho canto y oraciones largas, es también dar un paso histórico para que “él” viva resucitado entre nosotros. La Iglesia que vive la resurrección de Cristo es de la esperanza, de la confianza en el hombre y la mujer de este tiempo. Es la Iglesia alegre y festiva. Es la Iglesia optimista en el joven que lo guía “hasta en el camino equivocado”. Es la Iglesia resucitada de los pobres, de los últimos, de los olvidados. Esta Iglesia de resucitados es Iglesia del compartir, de solidaridad. Es una Iglesia que ama al pecador y no lo excluye.
 
Esa Iglesia de luz y verdad, que no tiene nada que ocultar porque mantiene la coherencia. Es la Iglesia que entiende y se arrepiente de sus propios pecados y conduce al débil pecador.
 
Es una Iglesia que no busca milagros por todas partes porque cree en el milagro de la vida. Es un Iglesia de resurrección que se mueve al ritmo de los tiempos, porque Jesucristo se encarnó y resucitó para dar vida a todo. La Iglesia del resucitado tiene oídos que oyen sin escándalo, labios que dicen palabras dulces y también las necesarias, ojos que miran a un hermano, corazones que perdonan y aman.
 
La Iglesia resucitada vive la liturgia desde la vida de las personas conociéndolas y amándolas. Es una Iglesia resucitada que habita en el mundo real y no esconde las propias debilidades.
 
La Iglesia en clave de resurrección no se esconde o acomoda, convive con y entre la gente del pueblo. Es la Iglesia comprometida y animada por el Espíritu Santo que no tiembla por las dificultades o los poderosos. Es resucitada porque vive como Cristo. Es superjugada, entregada, valiente, viva, alegre, motivadora, rica de dones, participativa, inclusiva, misericordiosa, mártir... Es una Iglesia que convence.

por Germán Díaz 
Religioso Salesiano. Lic. en Comunicación Social
Publicado en revista on line San Pablo 

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