Por Ivana Fischer - Peridista- Publicado en Revista San Pablo on line
Cuando aún resuena el eco del tintineo de las copas con las que recibimos al flamante 2011, el deseo que muchos de nosotros esbozamos ese día toma vuelo. Adoptará muchas formas, tendrá diferentes matices, sus características serán particulares o generales, podremos anhelarlo para nuestras familias o para la sociedad en su conjunto; no obstante, seguramente, para la gran mayoría, se tratará, en su génesis, de una actitud, del llamamiento a una conducta: COMPROMISO.
¿Qué nos moviliza…, nos quita el sueño…, qué nos intranquiliza a los argentinos?
De acuerdo con los últimos relevamientos llevados adelante en nuestro país, el aumento en el precio de los alimentos y el temor a perder el trabajo, encabezan los desvelos en materia económica. La inseguridad sigue siendo un tema que inquieta, y las preocupaciones por la salud, la educación y la corrupción parecen fluctuar dentro de este mar de demandas, no siempre satisfechas.
Nuestras peticiones como sociedad son de tipo subjetivo, parten de lo que cada uno de nosotros construye a partir de sus vivencias, pertenencias e identidades. Este peso de la subjetividad impacta en la forma de asumir los conflictos, procesarlos y de reclamar en el espacio público que tenemos.
El tema de la inseguridad figura desde hace varios años, al tope de las preocupaciones de los argentinos, que vienen reclamando una respuesta al flagelo en marchas multitudinarias… En las encuestas realizadas en 2010, surge, como dato llamativo, que aquello que más anhelan los jóvenes de entre 14 y 17 años, cuando miran hacia adelante, es tener una ocupación remunerada y lograr estabilidad laboral… La prioridad deja de ser, para ellos, la educación. Debería ser esta observación, entre otras cuestiones, un punto de inflexión.
¿Cómo darles cabida?
“Prohibido pecar contra la esperanza”, sugirió el escritor y periodista uruguayo, Eduardo Galeano, recordando las palabras de uno de sus maestros: Esto significaría darle real significado a la palabra empeñada, que el libreto de los políticos, en época de campaña electoral, sea “de cumplimiento efectivo”, que las dádivas dejen de ser moneda corriente, porque quienes acceden al Gobierno asumen un COMPROMISO frente al pueblo que los ha votado y al que le han hecho una “promesa de cambio”. Que la búsqueda de consensos sea la regla, en la participación del Estado como regulador y mediador, cuando la sociedad se tensione en posturas antagónicas.
Para todo ello, se necesita compromiso; pero no sólo esta responsabilidad pasa por la clase política (los que ganan y los que acompañan). También pasa por un deber como sociedad. El compromiso se prueba con la acción.
En nuestro país, todo está por hacerse, en nuestra democracia, en el contexto en que vivimos. El debate fundamental es el de las ideas, tenemos que intervenir en el debate cívico. Esto nos involucra como seres sociales, como ciudadanos; si cada uno de nosotros dejara de abonar cotidianamente la teoría del “no te metás”, las cosas serían más humanas.
Cuando se aborda el tema del compromiso social de los cristianos, se debe fijar previamente su naturaleza y la de la Iglesia, a fin de que la acción social de ésta no se realice en un terreno de confusiones, que provoquen equivocados roles por parte de ciertos fieles y falsas percepciones en aquellos que observan la acción social de la Iglesia.
Varias ideologías y realizaciones políticas sostienen, aún hoy, que la figura de la Iglesia se reduce a una función de orden estrictamente cultural, y confinando sus actividades al ámbito de los templos y no más allá de las misas o misiones.
Llevar las bienaventuranzas a la práctica, y en sí todo el Evangelio, conduce inevitablemente a resonar en la realidad social. No son ámbitos separados religión y sociedad. Por el contrario, están íntimamente fusionados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.