"El sueño de Dios"
por Mamerto Menapace, publicado en "Esperando el sol, reflexiones de Adviento y Navidad" Editorial Patria Grande
Fue allá en los tiempos eternos. En una de esas mateadas de amanecer en el seno mismo de la Santísima Trinidad. Porque hay que saber que en Dios también existe una vida íntima. Dicen que es un diálogo entre el Tata, el Hijo y el Espíritu Santo. De eso nada sabríamos, si no fuera porque el Hijo, cuando vivió entre nosotros, nos lo reveló.
Bueno: en una de esas conversaciones que Dios tiene consigo mismo, Tata Dios comentaba medio entristecido:
-¡Mal la veo, che! Mala tos le siento al gato. Fijate que creamos al hombre para que fuera feliz en la tierra, obedeciendo a nuestra palabra. Y resulta que el hombre y la mujer, mal anoticiados por Mandinga, prefirieron hacerle caso a él, y agarraron nomás por mal camino. De nada sirvió echarlos del paraíso. No comprendieron ni se corrigieron. Les mandamos el diluvio, y de entre los pocos que se salvaron, volvió a renacer la mala semilla. Los desparramamos en la torre de Babel... y nada, sino peor. Ya no sé que hacer. No puedo seguir castigándolos. Pareciera que aunque vean clarito la buena senda, no tienen la fuerza para seguirla. ¡Qué hacer! ¿A quién enviaré?
Parece que entonces, el Espíritu Santo le inspiró al Hijo la respuesta:
-¡Ofrecete Vos, Che! Ofrecete Vos.
Y el Hijo, inspirado por el Espíritu, se puso a disposición del Tata para lo que se ofreciera:
-¡Aquí estoy para hacer su voluntad! ¡Envíeme!
Y, como cuentan los ancianos, de esta manera nació lo que llamaron la economía de la salvación. Es decir, el proyecto por el cual el Tata mandó a la tierra a su Hijo para que cumpliera plenamente su voluntad y nos la enseñara también a nosotros. Y no sólo eso: sino que llegara, por obediencia, a dar su propia vida para que nosotros tuviéramos la gracia y la fuerza para seguir la buena senda que nos devolviera a la casa paterna. De ese lugar de vida de donde nos habíamos apartado por la desobediencia.
Pero el Verbo de Dios le pidió a su Tata un regalo. Quiso poder elegirse y prepararse a su propia madre. Nadie de nosotros puede pretender esto. Pero el Hijo de Dios, sí.
Y como venía a luchar contra el pecado, quiso vencerlo de entrada en la que debía ser su madre. En previsión de los méritos, él nos conseguiría con su misterio Pascual, la preservó de todo el pecado desde el momento mismo de su concepción.
Por eso María nació pura y limpia desde el principio. Sin mancha de pecado. Hasta ella no llegaría el contagio que Adán y Eva nos habían agarrado allá debajo del árbol, cuando desobedecieron a Dios. Ella quedó preservada de aquella herida, gracias a la obediencia de Jesucristo, el nuevo Adán, que venciera a Mandinga en el árbol de la cruz.
¡Lindo regalo el del Hijo para su madre! De lo que a nosotros nos vendría a curar, ella la preservó. La hizo llena de gracia. Evidentemente, el Tata la estaba prefiriendo entre todas las mujeres, porque su vientre sería el lugar donde habría de nacer el fruto bendito que nos daría la salud a todos.
Pero esta preferencia de Dios no significó para María el que todo le iba a resultar fácil y simple. Más vale lo contrario. A la planta que el jardinero ama, es a la que más poda. Y lo hace para que dé más fruto. Y que su fruto sea el mejor.
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